sábado, 9 de abril de 2016

ES MÁS FÁCIL CRIAR NIÑOS FUERTES QUE REPARAR ADULTOS ROTOS


Ser padre, no es fácil, pero muchas veces nos empeñamos en destruir u obstruir un desarrollo emocionalmente saludable en los hijos. Hoy queremos presentarte este artículo que sin duda nos ayudará a encaminar a nuestros hijos a ser esos adultos maduros pero de igual manera felices.

Las emociones desempeñan un papel determinante a la hora de convertir a un niño en un adulto feliz y exitoso. Sin embargo, si el desarrollo emocional de un niño se desvía, sufrirá como consecuencia una gran variedad de problemas personales y sociales a lo largo de su vida.



Pero la verdad es que ser responsable de la educación emocional de los niños no es una tarea fácil. O sea, hacer entender a un niño que los sentimientos tienen tantas tonalidades como los colores aunque no las vean es algo cuanto menos complicado.

La conciencia y la comunicación emocional como base de la fortaleza infantil

La conciencia emocional es el mejor vehículo para el cambio en nuestra vida. O sea, que tenemos que ser conscientes de lo que nos provoca sentimientos frustrantes y negativos o positivos y placenteros para encontrar aquellas maneras de fomentarlos, comprenderlos y controlarlos.

Si logramos esto, conseguiremos que los niños (y futuros adultos) sean capaces de tener sentimientos sobre sus propios sentimientos. Esto, a pesar de que suena redundante, es importante a la hora de ser hábiles comunicadores emocionales y, por lo tanto, fortalecer nuestro yo interno y social.


Enseñar a los niños a observar, comunicar y aprender sobre sus emociones ayudará a su desarrollo y a su éxito vital. De hecho, en primera instancia, evitaremos que sean vulnerables a los conflictos de los demás.

Un buen ejemplo de lo que puede suponer la adquisición de estas habilidades para los niños lo encontramos en el libro “Inteligencia emocional para los niños” de Shapiro Lawrence:

Martín, un niño de seis años cuyos padres estaban atravesando un proceso de divorcio particularmente nocivo. El padre de Martín insistía en que él volara para ir a visitarlo a Boston todos los fines de semana, mientras su madre mantenía la custodia durante la semana en Richmond, Virginia. Martin apenas profería palabra durante el viaje de ida de dos horas y media e insistía en irse a la cama en cuanto llegaba a cualquiera de sus dos casas. Después de dos meses de este arreglo, Martin comenzó a quejarse de dolores de estómago y su maestra señaló que pocas veces hablaba con alguien en la escuela.

Durante la audiencia de custodia, el abogado de Martin le preguntó:

–¿Cómo te sientes visitando a tu padre todos los fines de semana?

-No sé – respondió Martín.

-Bueno, ¿estás contento de ver a tu padre cuando llegas a Boston? –preguntó su abogado, controlando sus propias emociones y tratando de no guiar a Martin hacia una u otra respuesta.

-No sé – volvió a responder Martin, con un tono monótono apenas audible.

-¿Qué me dices de tu madre? ¿Estás contento de vivir con ella durante la semana? – inquirió el abogado, dándose cuenta de que obtendría una sola respuesta de Martin durante el procedimiento.

-No sé –dijo Martin una vez más, y nada en su comportamiento sugería que sí lo sabía.


Si privamos a nuestros niños de un correcto desarrollo emocional, entonces obtendremos como consecuencia la incapacidad de comprender y evolucionar de acuerdo a sus sentimientos y emociones.

Tal y como hemos visto claramente en el ejemplo, esto provoca un sufrimiento altísimo que no debemos permitir en nuestros niños. Y es que la capacidad de un niño para traducir sus emociones en palabras es indispensable para la satisfacción de las necesidades básicas.

Esto es así entre otras cosas porque las palabras que describen las emociones están directamente conectadas con los sentimientos y la expresión fisiológica y emocional de estos (por ejemplo, un niño debe saber que la angustia se asocia con una leve aceleración del pulso, un aumento de la presión sanguínea y gran tensión en el cuerpo).


Si los niños crecen en un entorno que suprime los sentimientos y evita la comunicación emocional, es probable que los niños crezcan como personas emocionalmente mudas.

Así, si bien podemos aprender el lenguaje de las emociones durante toda nuestra vida, son las personas que lo hablan desde la juventud quienes se expresan con más claridad y, por lo tanto, se muestran más competentes emocional y socialmente hablando, lo que les abre puertas hacia el éxito vital y la consecución de sus anhelos.

Por lo tanto, queda totalmente justificada la “obligación” moral que todos tenemos de cultivar este aspecto vital en nuestros niños, pues solo criando niños fuertes, evitaremos tener que reparar a tantos adultos rotos por la soledad, la desconfianza y el desamor hacia sí mismos y hacia la sociedad.


Edgar Mendizabal
Especialista en Descodificación Biológica.
Acompañante en BioNeuroEmoción.
Conferencista en Psicosomática Clínica

Consultas al: 5544523905
memoriaemocional.com

Fuente: lamenteesnaravillosa.com

LOS TRAUMAS INFANTILES CAMBIAN EL CEREBRO Y PREDISPONEN A LA VIOLENCIA

Un estudio de la EPFL demuestra por vez primera una relación entre el sufrimiento psicológico temprano y el comportamiento agresivo.

Un equipo de investigadores de la Escuela Politécnica Federal de Lausana (EPFL) de Suiza ha demostrado por primera vez la existencia de una correlación entre el trauma psicológico y cambios concretos y perdurables en el cerebro, unos cambios que, además, estarían vinculados con el comportamiento agresivo. Los científicos analizarán ahora si tratamientos específicos podrían revertir esta transformación del cerebro, gracias a su plasticidad.
Es bien sabido que muchos individuos violentos han sufrido traumas psicológicos durante la infancia. Algunas de estas personas también presentan alteraciones en la corteza orbitofrontal (COF). Pero, ¿existe una relación entre estos cambios físicos en el cerebro y una infancia psicológicamente traumática? ¿Pueden las experiencias modificar la estructura física del cerebro? 
Un equipo de investigadores de la Escuela Politécnica Federal de Lausana (EPFL), dirigido por la profesora Carmen Sandi, miembro de los Centros Nacionales SYNAPSY, ha demostrado por primera vez una correlación entre el trauma psicológico y cambios concretos en el cerebro, a su vez vinculados con el comportamiento agresivo. 
En ratas, la experiencia de un trauma pre-adolescente produce un comportamiento agresivo acompañado por cambios estructurales y funcionales del cerebro, los mismos observados en seres humanos violentos. En otras palabras, las heridas psicológicas sufridas en la infancia dejan una huella biológica duradera, que persiste en el cerebro adulto. Los resultados de esta investigación han aparecido publicados en el número de enero de la revista Translational Psychiatry. 
“Esta investigación demuestra que las personas expuestas a un trauma en la niñez no sólo sufren psicológicamente, sino que además padecen alteraciones cerebrales”
Explica Sandi directora del Laboratorio EPFL de Genética del Comportamiento y directora del Instituto Brain Mind.
“Esto añade una dimensión adicional a las consecuencias del abuso, y obviamente tiene implicaciones científicas, terapéuticas y sociales”
Añade la investigadora en un comunicado de la EPFL. Los investigadores consiguieron desentrañar las bases biológicas de la violencia estudiando a un grupo de ratas macho, que fueron expuestas a situaciones psicológicamente estresantes durante su juventud. Después de observar que estas experiencias llevaron a las ratas a un comportamiento agresivo en la edad adulta, los científicos examinaron lo que ocurría en el cerebro de estos animales, con el fin de determinar si el período traumático había dejado o no una huella duradera. 
“En una situación social difícil, la corteza orbitofrontal de un individuo sano se activa, con el fin de inhibir los impulsos agresivos y de mantener una interacción normal”, explica Sandi.
“Pero en las ratas que estudiamos, nos dimos cuenta de que había muy poca activación de la corteza orbitofrontal. Esto, a su vez, redujo su capacidad para moderar sus impulsos negativos. Además, esta reducción de la activación vino acompañada por la sobreactivación de la amígdala, una región del cerebro que está implicada en las reacciones emocionales”. 
“Otros investigadores especializados en el estudio del cerebro de los humanos violentos ya habían observado el mismo déficit en la activación orbitofrontal, así como la misma y simultánea inhibición reducida de los impulsos agresivos. Es asombroso; no esperábamos encontrar estos niveles de similitud”, afirma Sandi.
Los antidepresivos y la plasticidad cerebral 
Los científicos también midieron los cambios en la expresión de ciertos genes en el cerebro. Se centraron en los genes que se sabe están involucrados en comportamientos agresivos, para los que existen polimorfismos (variantes genéticas) que predisponen a sus portadores a una actitud agresiva. Se analizó si el estrés psicológico experimentado por las ratas causaba una modificación en la expresión de estos genes. 
“Hemos descubierto que el nivel de expresión del gen MAOA aumentó en la corteza prefrontal”, explica la investigadora. Esta alteración fue vinculada a un cambio epigenético; en otras palabras, la experiencia traumática terminó provocando una modificación a largo plazo de la expresión de este gen. 
Finalmente, los investigadores trataron de ver si un inhibidor del gen MAOA, en este caso un antidepresivo, podía revertir el aumento en el comportamiento agresivo de las ratas, inducido por el estrés juvenil. El tratamiento fue eficaz. 
El equipo concentrará ahora sus esfuerzos en tratar de entender mejor estos mecanismos, en explorar si existe un tratamiento que pudiera revertir estos cambios en el cerebro y, sobre todo, en tratar de arrojar luz sobre el efecto de la composición genética en la vulnerabilidad hacia el desarrollo de la agresividad. 
Por otra parte, “esta investigación también podría revelar la capacidad de los antidepresivos de renovar la plasticidad cerebral”, concluye Sandi.

Descodificación Biológica de Enfermedades.

Edgar Mendizabal 
Especialista en Descodificación Biológica.
Acompañante en BioNeuroEmoción.
Conferencista en Psicosomática Clínica
Consultas al: 5544523905
memoriaemocional.com
Referencia bibliográfica: 
C Márquez, G L Poirier, M I Cordero, M H Larsen, A Groner, J Marquis, P J Magistretti, D Trono, C Sandi. Peripuberty stress leads to abnormal aggression, altered amygdala and orbitofrontal reactivity and increased prefrontal MAOA gene expression. Translational Psychiatry (2013). DOI: 10.1038/tp.2012.144.